“Bienaventurados los que luchan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (mateo 5:9).
Esta bienaventuranza fue pronunciada hace más de dos mil años, por el Hijo de Dios, para nosotros los cristianos, por el “hijo del hombre”, como así mismo se llamaba El. Un judío, el más pacifista de todos los judíos, el más pacifista de todos los seres humanos, de quien la teología cristiana interpreta que las profecías del Antiguo Testamento se cumplen y se encarnan en El, como el Príncipe de Paz. “…y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
A la luz de esas referencias de las sagradas escrituras para nosotros los cristianos, nuestra misión de vida es ser constructores de paz; no seres pasivos, no seres neutros o expectantes, sino activistas de la paz, luchadores por la paz, artífices, edificadores de una cultura de paz, de convivencia armónica, de tolerancia intercultural, social y política. Esta cosmogonía de paz del maestro de Nazaret, no solo es una de las bases fundamentales de cristianismo, sino una propuesta de sociedad armónica en todos los tiempos y culturas.
El concepto de “luchar por la paz”, ha sido retomado por todos los grandes pacifistas de la humanidad, cristianos y no cristianos, occidentales y orientales. Mahatma Gandhi ese gigante líder político y espiritual de la India y de los que somos intolerantes con la violencia, dijo que “no hay caminos para la paz, la paz es el único camino…la no violencia es la fuerza más grande que existe a disposición del género humano”.
La paz, no es una dádiva, no nace por espontaneidad, requiere de tenacidad, dedicación, disciplina, negación del yo, se construye en base a acciones sistemáticas individuales y colectivas. Martin Luther King, pastor bautista, defensor de los derechos civiles y políticos de las poblaciones afronorteamericanas, afirmó que la paz no se alcanza sin sacrificios, “quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia”.
La paz es resultado de luchas colectivas, de acciones heroicas de los pueblos, Nelson Mandela, infatigable guerrero sudafricano contra el apartheid y otras formas de discriminación, sostenía que “derribar y destruir es muy fácil. Los héroes son aquellos que construyen y que trabajan por la paz”.
La lucha por el desarrollo y la justicia social, van tomadas de la mano de la lucha por la paz; así lo entiende, Adolfo Pérez Esquivel, argentino que al recibir el premio Nobel de la Paz, expresó “no tenemos mucho que decir, pero sí, mucho que compartir para lograr a través de la lucha no-violenta la abolición de las injusticias, a fin de alcanzar una sociedad más justa y humana para todos”.
En nuestro país tenemos miles de promotores y promotoras de la paz, podríamos hacer una galería de nombres interminables, solo me atrevo a mencionar cuatro, dos católicos y dos evangélicos, el Padre Miguel d’Escoto, Rev. José Miguel Torrez (q.e.p.d), Dr. Gustavo Parajón (q.e.p.d) y “el Cardenal de la Paz y la Reconciliación, Cardenal Miguel Obando y Bravo” como reza el preámbulo de la Constitución Política de la República.
En Nicaragua hemos alcanzado la paz, como fruto del sacrificio humano, como resultado del abono del cuerpo, la sangre de miles de santos, santas, héroes, heroínas y mártires que ofrendaron sus vidas. No podemos permitir, que se erosione o destruya uno de los bienes materiales y espirituales más grandes que hemos alcanzado: la paz. Nos corresponde cuidarla, alimentarla, fortalecerla, por la armonía social, el desarrollo compartido y el bien común.
Publicado en El Nuevo Diario el 24 de julio del 2014.
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